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Un pedazo suelto de la historia amazónica

26/01/2016 El País - Soraya Constante

Una fotografía del sueco Rolf Blomberg, que exploró Ecuador entre los años treinta y setenta, documenta parte de la historia de la Amazonia ecuatoriana.

Foto: El País Foto: El País

Foto: El País

Una fotografía del sueco Rolf Blomberg, que exploró Ecuador entre los años treinta y setenta, documenta parte de la historia de la Amazonia ecuatoriana. La imagen en blanco y negro, tomada en 1963, muestra un pescador de las riberas del río Napo sosteniendo una enorme vasija con forma de mujer. La fotografía y la vasija de barro —que era una urna funeraria— están expuestas en el Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana (Macco) que abrió el pasado abril y que se propone documentar la historia amazónica y romper el mito de que esa tierra era baldía como han afirmado hacendados, caucheros y petroleros que se han turnado en la ocupación del territorio.

Los impulsores de los hallazgos y del museo —situado, al este del país, en la ciudad de Francisco de Orellana, llamada así en honor al explorador español y también conocida como Coca — han sido los misioneros capuchinos que, desde su llegada a Ecuador en 1953, se mostraron interesados en recuperar los restos arqueológicos de los pueblos amazónicos, que sucumbieron a la presión de los colonizadores españoles que buscaban el país de la canela en el siglo XVI y que siglos más tarde volvieron para someterlos a sus tributos.

Los capuchinos conocieron al pescador retratado por Blomberg un día que fue a pedir ayuda a la enfermería de estos en Nuevo Rocafuerte (en la frontera con Perú) porque tenía incrustado un anzuelo en una oreja. El misionero que le curó le convenció para que entregara la vasija que guardaba en su casa y que había lavado para evitar los maleficios. Con trueques similares, para evitar que las piezas se pierdan, han recuperado las 400 piezas de la colección arqueológica del Macco. El capuchino José Miguel Goldáraz lamenta que muchas urnas funerarias hayan perdido las figuras que las decoraban y su contenido. “La gente creía que era mala suerte hallar una urna y las lavaba hasta borrar las inscripciones que tenían para alejar a los malos espíritus, al ‘supay’”, explica.

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