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Seguridad y Fronteras
En medio del paraje selvático de la parroquia General Farfán, en Sucumbíos –frontera con Colombia–, con un sol que quema la piel y ante el acecho de insectos, la sonrisa de Estefany Reyes, de 11 años, es como un halo de esperanza.
Es la tarde del miércoles 25 y ese gesto inocente, real, se repite cada vez que Estefany evoca las palabras de Carlos Reyes, su padre: “En Perú hay un mejor futuro. Hay fuentes de trabajo, se gana bien. Todos seremos felices”. Lo repite Gladys Romero, madre de la niña.
Mamá e hija, y Estefan, la otra hija de Gladys, esperan que finalice el trámite de documentos migratorios en el Centro Binacional de Atención Fronteriza (Cebaf) San Miguel, para continuar la travesía y reencontrarse en San Martín, Perú, con el jefe de la familia.
Esa noche prevén quedarse en Nueva Loja, más conocida como Lago Agrio, situada a unos 25 kilómetros de General Farfán. Al siguiente día esperan viajar a Huaquillas, refiere Gladys citando datos del “guía”.
El lunes 23, con 400 mil pesos colombianos en el bolsillo (unos $ 140) y algunas mochilas repletas de ropa y sueños, habían salido de la localidad Los Teques, huyendo de la crisis económica, social y política que se vive en su Venezuela natal, explica Gladys.
“Allá se acabó toda esperanza. El sueldo de 5 millones de bolívares (unos $ 40, según la tasa oficial de cambio) no alcanza para nada. La canasta de alimentos no dura ni 15 días”, asegura la mujer.
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