Provincia de Napo
La Laguna del Gran Cañón amalgama magia y leyendas
Está ubicada a solo 20 minutos de Tena
En la finca ‘El Paraíso’, ubicada en la comunidad de Mondayacu, a tan solo 20 minutos de Tena, provincia de Napo, se encuentra un tesoro natural que amalgama magia, leyendas y la rica tradición nativa: la Laguna del Gran Cañón. Este paraje, sagrado para los indígenas, ofrece una experiencia única en medio de la exuberante selva amazónica.
La Laguna del Gran Cañón se sitúa en una formación rocosa de unos 10 metros de altura, donde una laguna natural invita a los visitantes a disfrutar de un refrescante baño.
Para llegar a este sitio, los aventureros deben emprender una caminata de 45 minutos a través de senderos selváticos y cruzar un puente colgante que conduce a la formación natural. Esta travesía no solo permite disfrutar del paisaje amazónico, sino que también ofrece la oportunidad de conectarse con la naturaleza en su estado más puro.
La entrada al lugar, que forma parte de la propiedad privada de la familia Bedoya, tiene un costo de $ 3 por persona. No obstante, guías locales están disponibles en la propiedad, ofreciendo incluso descensos con cuerdas por el río Jondachi hasta llegar al Gran Cañón.
Como la senda que conduce al cañón es por un bosque espeso, se recomienda llevar ropa cómoda, zapatos resistentes, preferiblemente botas de caucho, y prendas ligeras y terno de baño.
Desde el interior de la cueva, se podrá ascender por la cascada y dar un emocionante salto de unos 8 metros hacia una piscina natural.
Leyendas y Misterios: Sanación en las aguas del Gran Cañón
De acuerdo con las leyendas, hace muchos años, los nativos llevaban a sus enfermos hasta la Laguna del Gran Cañón. Después de solicitar permiso a los espíritus del lugar, sumergían a los enfermos en sus aguas. Se creía que, al tocar el agua, recuperaban fuerza y energía de manera milagrosa.
Ingresar al lugar era un ritual sagrado, solo permitido en compañía de un sabio de la comunidad. Esta figura se consideraba la única capaz de solicitar el permiso para acceder al sitio. Según la tradición, si no se seguía este protocolo, el lugar se volvía impenetrable, envuelto en lluvias, truenos y relámpagos.